Psalms 89

CUARTO LIBRO DE LOS SALMOS

Fugacidad de la vida humana

1
1. En este Salmo, que encabeza el libro cuarto del Salterio (Salmos 89- 105), se medita saludablemente la fugacidad y caducidad de nuestra vida (cf. Salmo 88, 48-49 y notas), lo que nos mueve a reconocer nuestra nada y entregarnos con la confianza de un niño a la amorosa sabiduría de nuestro Padre celestial que se digna tomar a su cargo nuestros pasos. Su afinidad con el grandioso cántico de Deuteronomio 32 es innegable. Aunque algunos lo han dudado, Fillion sostiene ampliamente que el Salmo pertenece a Moisés, “el varón de Dios” (Deuteronomio 33, 1). Tan venerable origen, confirmado por “el color antiguo del estilo”, rodea de un encanto especial a este bellísimo tesoro de piedad que “bastaría para hacer bendecir la memoria y la religión de Moisés” (Herder). Tú eres: Según los mejores autores, las palabras nuestro refugio, que algunos conservan, son sin duda una glosa que perturba el ritmo y también el sentido, pues aquí solo se trata de Dios (cf. versículo 2 y nota).
Oración de Moisés, varón de Dios.
Oh Señor,
Tú eres de generación en generación.
2
2. En contraste con la inestabilidad del hombre (versículo 3 ss.), cuyas generaciones son —ya lo decía Homero— como las de las hojas, se nos muestra aquí la estabilidad del Eterno, que era antes que los montes, etc. Ahora sabemos que, así como el Padre era eternamente —“Principio sin principio”— así también “en el principio el Verbo era” (Juan 1, 1). “Principio principiado”, no hecho pero sí engendrado, el Hijo debe al Padre todo su Ser, pero es tan eterno como el Padre, pues Él lo engendra también “desde la eternidad y hasta la eternidad”, como un espejo perfectísimo de Sí mismo (Hebreos 1, 1-3; Sabiduría 7, 26). Por eso la Sabiduría, que es el Hijo, puede decir como aquí de su propia eternidad: “El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras.” Véase este admirable pasaje en Proverbios 8, 22-36 y notas.
Antes que los montes fuesen engendrados,
y naciesen la tierra y el orbe,
y desde la eternidad hasta la eternidad,
Tú, oh Dios, eres.
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3. Véase en Génesis 3, 19 esta sanción que Dios se vio obligado a imponer al primer hombre (cf. Romanos 5, 12; Sabiduría 2, 24 y nota) y que la Iglesia nos recuerda el Miércoles de Ceniza. Adán significa hombre, y de ahí que algunos traduzcan: “hijos de hombres”.
Tú reduces a los mortales al polvo,
y les dices: “Reintegraos, hijos de Adán.”
4
4. San Pedro cita este versículo en II Pedro 3, 7 s. La Sagrada Escritura usa con frecuencia el concepto de día con un sentido especial. Cf. Isaías 13, 9; 34, 8; 61, 2; 63, 4; Sofonías 1, 15 (de donde se tomó el primer verso del Dies Irae); Apocalipsis 20, 4-6, etc.
Así como mil años son a tus ojos
lo que el día de ayer,
una vez que ha pasado,
y lo que una vigilia de la noche,
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5. Este versículo reza en la versión de Bover-Cantera: Son a modo de sueño, que cuando quiere amanecer disipas; cual verdeante hierba. Es un pasaje oscuro, vertido diversamente, pero que expresa sin duda, como todo el contexto, este concepto de la fugacidad de nuestra vida. Véase las incomparables figuras que nos da sobre esto el libro de la Sabiduría (5, 9-13).
así (a los hombres) los arrebatas,
y son como un sueño matutino,
como la hierba verde;
6que a la mañana está en flor y crece,
y a la tarde es cortada y se seca.
7
7. Como anota Fillion, habla aquí Israel, el mismo pueblo en cuyo favor se ora en los versículos 13 ss.
Así también nos consumimos
a causa de tu ira,
y estamos conturbados por tu indignación.
8Has puesto ante tus ojos nuestros delitos,
y a la luz de tu rostro
nuestros pecados ocultos,
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9. Como un suspiro: LXX y Vulgata dicen: como una tela de araña, figura frecuente en la Biblia (cf. Job 8, 14; Isaías 59, 5; Oseas 8, 6). Fray Luis de Granada, comentándolo en ese sentido, dice: “Los días de nuestra vida los gastamos como las arañas, porque así como este animal trabaja noche y día… y todo este trabajo tan largo y tan costoso no se ordena a más que hacer una red muy delicada para cazar moscas, así el hombre miserable ninguna cosa hace sino trabajar día y noche con espíritu y cuerpo, y todo este trabajo no sirve más que para cazar moscas que son cosas de aire y de muy poco valor.”
porque todos nuestros días declinan
por efecto de tu ira,
nuestros días pasan como un suspiro.
10
10. Nos volamos: Así, literalmente (cf. I Corintios 7, 31 y nota). Notemos el decrecimiento de la longevidad: en Génesis 5 la vida se cuenta casi por siglos, hasta la edad de Adán (930 años) y de Matusalén (969). Desde el diluvio la redujo Dios a 120 años (Génesis 6, 3). En tiempo de David ya se consideraba muy anciano a uno de 80 años (cf. Salmo 88, 48 s. y nota). Véase también sobre la duración de la vida, Eclesiástico 18, 8; cf. Isaías 65, 20.
Los días de nuestra vida son en suma setenta años,
y en los robustos, ochenta;
y los más de ellos son pena y vanidad,
porque pronto han pasado y nos volamos.
11¿Quién pesa según el temor que te es debido
la vehemencia de tu ira y tu indignación?
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12. Para pedir esta sabiduría del corazón (cf. Salmo 50, 12; Sabiduría 1, 5 notas), que es el mayor de los bienes (Proverbios 8, 11) y con la cual nos vienen todos los demás (Sabiduría 7, 11), véase la oración de Salomón (III Reyes 3, 5-13) y la exhortación de Jesús, hijo de Sirac (Eclesiástico 41, 18- 38). Nada es más fácil que obtenerla: basta desearla de corazón (Sabiduría 6, 12 ss.) Enséñanos a contar nuestros días, esto es, a conocer, para no apegarnos, su fugacidad, en la cual muy difícilmente llegamos a creer. Cf. Salmo 38, 5.
Enséñanos a contar nuestros días,
para que lleguemos a la sabiduría del corazón.
13Vuélvete, Yahvé —¿hasta cuándo?—
y sé propicio a tus siervos.
14Sácianos con tu misericordia desde temprano,
para que nos gocemos
y nos alegremos todos nuestros días.
15
15. Alégranos , etc.: Aunque tiene aquí un matiz distinto de la Vulgata (que dice: nos alegraremos, etc.), este hermoso concepto filial, que muestra la humillación y la prueba como lección saludable de la cual luego nos alegramos, es muy propio de la Biblia (Salmo 118, 71 y 75; Daniel 9, 8, etc.). Sería ideal para escribirlo en las plazas públicas de todos los países azotados por la guerra, como un acto de contrición colectiva (cf. Lamentaciones 3, 42 y nota). Pero bien sabemos que el mundo no sigue esos caminos. Los pueblos, después del dolor, tienen más sed de “pan y circo” y el orgullo herido se aumenta con el azote; y se hace entonces más culpable, como el pobre que es soberbio (cf. Eclesiástico 25, 4 y nota). Esto, que la historia nos muestra, lo confirman las profecías. Cf. Apocalipsis 9, 21; 16, 9 y 11 y notas.
Alégranos por los días en que nos humillaste,
por los años en que conocimos la desventura.
16Manifiéstese a tus siervos tu obra,
y a sus hijos tu gloria.
17
17. Conduce Tú: Véase la terminante afirmación de Jeremías 10, 23 y la indignación de Dios en Isaías 23, 9-12 contra los que han obrado con mucha actividad pero sin tomarlo en cuenta a Él. Estas palabras de Dios aumentarán nuestra fe y nos librarán de ese funesto concepto de un Dios pasivo, que es el mayor desprecio, tanto para su celosísima Providencia (cf. Mateo 6, 33), cuanto para su Sabiduría y Santidad que Él nos presenta siempre como la única fuente de todo bien (cf. Juan 15, 5 y nota). ¡Cuántas veces, en los trabajos temporales y aun en los que pretenden ser apostólicos, obramos tan ensimismados en nuestro propio modo de ver, como si ese Dios a quien visitamos por la mañana en el templo hubiese dejado de existir hasta el día siguiente! Cf. Salmo 85, 1 y nota; 126, 1 ss.; Mateo 5, 36; 10, 30; Hechos 17, 28; Romanos 9, 16; I Corintios 3, 6 s.; Filipenses 2, 13; Isaías 26, 12; etc. El final que va entre corchetes no está en los LXX (Codex B) y algunos autores lo suprimen.
Y la bondad del Señor, nuestro Dios,
sea sobre nosotros;
y conduce Tú las obras de nuestras manos,
[para que prospere la obra de nuestras manos].
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